Puesto que la intención del Creador fue que los seres humanos tuvieran la libertad de tomar sus propias decisiones, todo el mundo tiene que llegar a una conclusión en lo concerniente a los asuntos básicos de la vida. Uno de esos asuntos es que, fuera de ciertos límites, algunas de las cosas más profundamente placenteras y significativas pueden llegar a ser las más destructivas.

Las emociones conectadas con la sexualidad humana son tan poderosas y tienen tantas facetas, que apenas se pueden describir. Los componentes complementarios tanto espiritual es como fisiológicos del hombre y la mujer encuentran una realización e intimidad únicas en las relaciones sexuales. De forma significativa, esa profunda experiencia proporciona el contexto para la concepción de nueva vida humana.

Trágicamente, en todas las generaciones, algunas personas hacen de las sensaciones de las relaciones sexuales la meta de la experiencia. Descuidan los límites legítimos de la experiencia sexual y a la larga enfrentan las consecuencias de ese descuido.

La humanidad ha sido consciente desde hace mucho tiempo del tremendo potencial de destrucción que tiene la atracción sexual. En La odisea, el gran poeta griego Homero describe su poder como casi irresistible. Para evitar ser inducido a la muerte por el seductor cántico de las Sirenas, Ulises manda a sus hombres a arrojarlo al mástil de su barco, taparse los oídos e ignorar sus gritos.

El Antiguo Testamento también contiene solemnes advertencias respecto al peligro de la atracción sexual ilícita.

Porque la sabiduría entrará en tu corazón, y el conocimiento será grato a tu alma; la discreción velará sobre ti, el entendimiento te protegerá, para librarte de la senda del mal, del hombre que habla cosas perversas. Ella te librará de la mujer extraña, de la desconocida que lisonjea con sus palabras, la cual deja al compañero de su juventud, y olvida el pacto de su Dios; porque su casa se inclina hacia la muerte, y sus senderos hacia los muertos; todos los que a ella van, no vuelven, ni alcanzan las sendas de la vida (Proverbios 2:10-12, 16-19).

Jesús también describe con gran seriedad el poder destructivo de la inmoralidad sexual:

Habéis oído que se dijo: «No cometerás adulterio.» Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón. Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala y échala de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno (Mateo 5:27-30).

El apóstol Pablo escribió:

Esto digo, pues, y afirmo juntamente con el Señor: que ya no andéis así como andan también los gentiles, en la vanidad de su mente, entenebrecidos en su entendimiento, excluidos de la vida de Dios por causa de la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su corazón; y ellos, habiendo llegado a ser insensibles, se entregaron a la sensualidad para cometer con avidez toda clase de impurezas (Efesios 4:17-19).

La Biblia dice que Dios es la fuente de todo el amor que conocemos en la vida (1 Juan 4:7). Declara que si no conocemos el amor, no conocemos a Dios (1 Juan 7:8). Puesto que estamos creados a imagen de Dios, y el amor es la forma primaria en la que Él se nos da a conocer, el anhelo de amor está profundamente arraigado en nuestra naturaleza. Por lo general encontramos primero el amor de Dios en el contexto de las relaciones con las personas. Pero mucha gente se ha centrado tanto en el placer inmediato, que ha creído la mentira de que las relaciones sexuales son «sólo una función física» a la que se ha puesto romanticismo y que las generaciones anteriores han tomado demasiado en serio.

A pesar de las presentaciones engañosas de los medios de comunicación, la mayoría de la gente reconoce intuitivamente la fealdad de las relaciones sexuales impersonales y promiscuas. A mayor o menor grado, la mayoría de la gente se da cuenta de que las relaciones sexuales involucran más intimidad, vulnerabilidad y significado que el estrecharse las manos, tener una conversación o coquetear. Es por eso que la mayoría de las personas que se involucran en relaciones sexuales extra matrimoniales tratan de racionalizarlo diciendo tener ciertos «sentimientos especiales» por su «pareja» del momento. Pero, ¿cuánto tiempo duren probablemente sus «sentimientos especiales» en una relación no comprometida? Más bien, ¿son reales sus sentimientos, o sólo ilusiones proyectadas por deseos más oscuros, tal vez por el deseo de controlar a otra persona?

¿Y el próximo «amante»? ¿Acaso una persona nueva va a producir «sentimientos especiales» de igual intensidad? ¿Y el tercero, el cuarto, el décimo? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar antes de que la persona se asquee al darse cuenta de que los «sentimientos» efímeros que acompañan a las relaciones sexuales no comprometidas no tienen raíces? Una vez que una persona llega a comprender esto (y muchos no llegan y sencillamente continúan una búsqueda ciega de la satisfacción que nunca van a encontrar), habrá pocas opciones. Una es abandonarse desesperadamente a la sensualidad sin el pretexto de buscar amor; otra es ir de aventura en aventura, buscando desesperadamente el «amor perfecto» (a pesar de que uno sabe en el fondo que cada nueva aventura lo aleja más de su meta); y la última es reconocer la profunda relación que hay entre el compromiso personal, el amor genuino y el éxtasis sexual.

La intención de la sexualidad es que sea un banquete para la intimidad. Pero puesto que las relaciones sexuales pueden ocurrir sin que haya amor o verdadera intimidad, no debe esperarse nunca que proporcionen las bases para la intimidad (Proverbios 5:15-20). Si es esa base, al poco tiempo se convertirá en una mera adicción, una forma más de tratar de matar el anhelo interior que ha sido puesto por Dios con el propósito de guiarnos a Él.

Una persona que utilice a otras para obtener placer sexual se vuelve tosca e hipócrita. Ese cambio en el carácter es inevitable. La sexualidad mal usada separa el corazón de la intimidad física. Cuando se usa mal de esa forma, el centro de la relación sexual cambia de la expresión de cariño incondicional hacia el ser amado a otras cosas, tales como un mero estímulo físico, poder o incluso la expresión del odio a sí mismo. Esa sexualidad desviada a menudo se transforma en una conducta cada vez más extraña y abiertamente perversa.1

Las demás personas notarán los efectos a largo plazo de una perspectiva recreativa de las relaciones sexuales. Pero sólo la persona que es adicta a la sexualidad tiene una experiencia en carne propia de sus cambios espirituales y emocionales. Un adicto sexual percibe el placer sexual de una forma tan diferente, que causaría repugnancia y aterraría a un amante genuino. Desde afuera, la búsqueda del placer sexual por parte de un adicto sexual —ya sea un Don Juan o alguien menos glamoroso externamente— parece desesperado y consumidor. ¡Qué ironía que la desesperada búsqueda de un adicto del placer sexual demuestre la poca satisfacción y realización que está encontrando!

Dios diseñó las relaciones sexuales para que fueran placenteras, pero el tremendo poder del sexo no fluye primordialmente de las sensaciones físicas placenteras de las relaciones sexuales y el orgasmo. Fluye de algo más profundo: el anhelo de un amor y una intimidad genuinos.

Escrito por: Dan Vander Lugt


  1. 1. ¿Por qué otra razón ocurrirían si no el sadomasoquismo en todas sus formas, la promiscuidad a pesar del riesgo de contraer SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual, así como otras desviaciones similares de una conducta sexual sana?
  2. 2. La leyenda alemana del Lorelei sobre el río Rín, inmortalizada por el hermoso poema de Heinrich Heine, es extraordinariamente similar a la descripción de las sirenas de La odisea
    Die Lorelei

    (No puedo determinar el significado
    De la tristeza que embarga mi ser:
    Una vieja fábula, mediante su curso,
    No dejar descansar a mi mente.
    El aire es frío al anochecer
    Y el Rín fluye suavemente.
    La cumbre de la montaña fulgura
    Bajo los rayos solares que se desvanecen.

    La más encantadora doncella se sienta,
    Allí, maravillosamente hermosa;
    Sus joyas doradas brillan,
    Se peina su pelo dorado.
    Se peina con peine dorado, arreglándose,
    Y canta una canción para pasar el tiempo.
    Tiene el más encantador atractivo,
    Y una rima melódica potente.

    El barquero en su botecillo,
    Cautivado con gran dolor,
    No tiene ojos para el dentado despeñadero,
    En sus altos pensamientos no hay temor.
    Creo que las olas van a devorar,
    Barco y hombre poco a poco,
    Y eso, con el poder de su melodiosa voz,
    Fue hecho por el Lorely.)

    (Traducción libre al español de la traducción inglesa de Heinrich Heine.)