La voz de la conciencia y la sensibilidad a los demás son elementos importantes de la guía moral (1 Timoteo 1:5). Pero las conciencias personales varían. Una conciencia lo permite casi todo, mientras que otra genera cantidades devastadoras de vergüenza y culpabilidad (1 Corintios 8:7; Tito 1:15). Llevarse de lo que “otras personas creen” también tiene sus limitaciones (1 Corintios 4:3-5). La ira de las demás personas no necesariamente significa que hemos hecho algo malo. Un niño a quien le da una rabieta o un adulto que trata de salirse con la suya por medio de la manipulación emocional usan la misma estrategia. Prestar demasiada atención a las reacciones de otras personas puede tanto confundirnos como ayudarnos.

De manera que aunque la conciencia y las reacciones de otras personas ayudan, no son suficientes indicadores morales. Confiar en ellos para que guíen las decisiones morales es como usar nuestro sentido del tacto para determinar cuánta fiebre tiene un niño. Cuando un niño se enferma se necesita una medida más precisa. Nuestro crecimiento espiritual y la salud de nuestra alma también son dignos de un medidor más preciso que los subjetivos sentimientos humanos.

La Biblia ofrece guiarnos para que podamos examinar correctamente las consideraciones subjetivas de la conciencia y la opinión social. El atractivo que ejerce traspasa las culturas. Su autoridad está firmemente apoyada por la evidencia histórica. Su consejo ha pasado la prueba del tiempo. Se puede confiar en ella.

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).

Tanto la conciencia como la sensibilidad necesitan instrucción bíblica.