El dar a nuestros hijos una mayor libertad para que tomen sus propias decisiones puede ser una de las tareas más difíciles para los padres. Como tales queremos proteger a nuestros hijos de malas decisiones. Sin embargo, sabemos que a medida que los hijos llegan al final de la adolescencia y cumplen los 20 años deben aprender a tomar decisiones por sí mismos y a vivir con esas decisiones. El dejarlos hacer esto forma parte del proceso de crecer.

Los padres encuentran esta tarea más difícil cuando un/a hijo/a adulto/a en la flor de su juventud empieza a tomar decisiones extremas sobre su estilo de vida que son claramente rebeldes y destructivas. Todos los adultos jóvenes toman malas decisiones. Muchos tienen momentos de rebeldía. Pero los padres amorosos podrían tener que considerar retirarles el apoyo económico cuando la rebeldía es extrema y descontrolada. A ningún padre ni a ninguna madre le gusta tener que hacer eso, pero sí pueden demostrar un amor firme al cortarles la ayuda económica a un/a hijo/a que abusa de las drogas o que vive con un novio o una novia y tiene relaciones sexuales con él o ella, o se niega a trabajar.

Los padres que vivan esta situación lucharán con su propia frustración e ira, pero estos sentimientos no deberían ser los que los motiven a retirar el apoyo económico. Lo que debería motivarlos es el darse cuenta de que no es amor apoyar el pecado de alguien. Es el darse cuenta de que sus hijos no van a crecer si no aprenden a asumir responsabilidades por sí mismos.

Por ejemplo, facilitar que una hija de 20 años viva con su novio pagándoles algunas de sus cuentas no es lo mejor para ella. Por tanto, no es amor. Al mismo tiempo, una respuesta amorosa también es: «Aunque no vamos a apoyar tu pecado, tampoco nos vamos a alejar de ti. Seguiremos queriéndote, viéndote, y anhelando que vuelvas a casa y te sometas a nuestras reglas. Además, estaremos abiertos a conversar sobre cualquier cosa que hayamos hecho mal y que te haya herido.»

Los padres pueden lograr mucho en lo que respecta a ayudar a sus hijos intentando entender de qué forma han contribuido a los problemas que hay en la relación. A veces, parte de la razón por la que un/a hijo/a adulto/a opta por rebelarse es hacer pagar a sus padres por haberlo herido o desilusionado. El pecado de los padres nunca excusa la decisión de un/a hijo/a adulto/a joven, pero los padres harían bien en mantenerse abiertos a explorar cómo pueden haber provocado sus hijos a ira, ya sea consciente o inconscientemente (Efesios 6:4).

Los padres que no están dispuestos a ver si hay una viga en su propio ojo (Mateo 7:3-5) están en peligro de alejar a su hijo/a joven de ellos y de Dios. Sin embargo, los que unen el amor firme con la disposición de asumir responsabilidades por cualquier cosa mala que hayan hecho pueden empezar a conocer el dulce sabor de la reconciliación cuando ambas partes admitan su pecado y se perdonen mutuamente.

Escrito por: Jeff Olson