Como todo lo demás en nuestra vida, nuestras emociones han perdido su brillo por causa del pecado. La mayoría de las emociones reflejan una mezcla tanto de egocentrismo como de bondad. Si estamos esperando un momento de pureza desinteresada para expresar nuestra ira, es probable que éste nunca se presente. Sin embargo, saber que tenemos defectos nos puede llevar hacia una dependencia más profunda de Aquél que en primer lugar nos dio las emociones. El Espíritu Santo que mora dentro de nosotros nos ayuda a monitorear y a aprender de nuestras emociones.
Al monitorear nuestra ira, es importante entender que gran parte de ésta se alimenta de un odio a la injusticia, sea ésta real o percibida. La ira por la injusticia refleja el anhelo fundamental de justicia que todos compartimos. Nos indignamos cuando la vida parece injusta. Sin embargo, podemos saber si la ira que sentimos es pecaminosa o santa al considerar la provocación, el objetivo, la motivación y el momento de nuestra ira.
La ira egoísta es provocada cuando creemos que hemos sido tratados injustamente. Queremos algo, no lo conseguimos, nos sentimos privados de ese algo y ahora alguien va a pagar por habernos tratado de este modo (Santiago 4:1-4). El objetivo es venganza. Cuando nos motiva la venganza exigimos que alguien pague ahora por la injusticia que hemos sufrido. Impacientemente demandamos la inmediata ejecución de justicia según nuestras especificaciones y nos negamos a darle tiempo a Dios para que obre en los corazones de aquellos que nos han ofendido (Santiago 1:19-20). Nuestra ira se convierte en un ácido cáustico que pretende hacer daño a aquellos que creemos que nos han hecho daño injustamente. Cuando nos sentimos ofendidos podemos ser despiadados, duros, irracionales e inmisericordes en nuestra respuesta.
A la inversa, la ira santa es provocada en nosotros cuando somos testigos de violaciones persistentes a las normas de justicia de Dios (Salmo 119:53). Existe un momento apropiado para indignarnos con los que desprecian a Dios y estropean la belleza de Su creación. El objetivo de la ira santa es advertirle a la persona que ha infringido la ley de Dios para que una vez desenmascarada, pueda tener la oportunidad de cambiar (Ezequiel 3:18-21). Este tipo de ira es como el yodo, un ungüento que quiere limpiar la infección y promover la sanidad en el que lo recibe (Proverbios 27:6). Al principio es doloroso, pero al final alivia y sana.
La ira santa está motivada tanto por el amor de Cristo que obra en nosotros para ofrecer Su amor a los demás (2 Corintios 5:14), como por el temor de la ejecución venidera de Su perfecta justicia (2 Corintios 5:11). La ira santa está marcada por una confianza en el carácter sufrido de Dios (Salmo 86:15; 2 Pedro 3:9), sabiendo que sólo Él está calificado para llevar a cabo la venganza de una manera equitativa. La ira santa se niega a recurrir a actos personales de venganza ahora, pero está dispuesta a esperar a que la ira de Dios se derrame contra el mal en Su tiempo (Salmo 73:16-19; Romanos 12:19).
Debido a que hemos de ser como Cristo en todo aspecto (Efesios 4:1; 1 Juan 4:17), implícitamente también estamos llamados a reflejar Su ira justa. Si hemos de identificarnos con el Padre tal y como Jesús lo hizo, tenemos que identificarnos con las cosas con las que Él se identifica, y estar en contra de las cosas de las que Él está en contra. La ira santa refleja la pasión de nuestro Padre por la justicia. Al mismo tiempo que confiamos en Él para que ejecute la justicia final (Romanos 12:19-21), la ira santa nos motiva a trabajar por la justicia a favor de aquellos que son oprimidos (Miqueas 6:8; Romanos 12:17-18). Refleja dependencia y confianza en Dios como el Juez en última instancia que siempre ejerce la justicia correctamente (1 Pedro 2:23).
Escrito por: Tim Jackson