No sé si alguna vez lo has pensado, Dios hizo para nosotros un jardín, El lo plantó. Esa era su idea original, que el hombre pudiera disfrutar y ser señor de la naturaleza, que viviese admirando el regalo de Dios.
Caín, cuando probó el castigo de su propio pecado, construyó una ciudad. Se encerró. Olvidó la naturaleza, olvidó la relación personal con Dios y quiso vivir a su manera, alejado de la belleza. Limitado por cuatro paredes.
Nos ocurre a todos, cuanto más vivimos apegados a la naturaleza, más cerca nos sentimos de Dios, de lo que él ha hecho.
Cuanto más tiempo pasamos entre cuatro paredes, más nos creemos únicos y arrogantes. La ciudad nos arrastra, nos cerca, nos limita, quita nuestra libertad, nos llena de prisas y enojos…. Nos obliga a enfrentarnos con todos, nos aleja de Dios por sí misma, porque olvida lo cerca que tenemos a Dios cuando vivimos disfrutando de su creación.
Esa es una de las razones por las que las sociedades que viven más cerca del campo, están al mismo tiempo más cerca de Dios, y las sociedades más avanzadas, las ciudades que crecen, se alejan más del Creador.
No quiere decir que todos tengamos que vivir en el campo, pero de alguna manera nuestro propio organismo nos enseña que lo natural es lo que va con nosotros mismos, que cuando estamos cerca de la creación disfrutamos más. Que nos sentimos bien cuando podemos ver la naturaleza, el mar, un paisaje nevado, un río, un lago, los árboles y las estrellas.
Que de alguna manera que no podemos comprender, sentimos que estamos hechos para disfrutar de todas las cosas que Dios nos ha dado, mientras pasamos nuestro tiempo agobiándonos y sintiéndonos mal en las ciudades que nosotros mismos hemos construido con nuestras manos.
La propia naturaleza lo sabe también, y de una manera que no podemos entender y mucho menos explicar, la Biblia dice que todo lo que nos rodea espera el momento en el que nosotros vivamos felices y dejemos nuestro odio y nuestra rebeldía. Que los árboles aplauden cuando hacemos las cosas bien hechas, que los montes y los ríos disfrutan con nuestra alegría, que saben que somos los mayordomos de la creación y que nosotros mismos nos sentimos más felices cuando sabemos cuidar todo lo que Dios nos ha regalado.