Imagina que estás de visita en una tierra extraña y que apareces, sin ser anunciado, en una reunión de personas a quienes nunca conociste y que jamás escucharon hablar de ti… pero que, a los pocos instantes, te permiten dirigirles la palabra. Esto sólo puede ocurrir si hay alguna cosa que quiebre el hielo; algo así como tener amigos en común.
Esto sucedió cuando llevé un equipo misionero a una reunión en una iglesia de Bahía Discovery, en Jamaica. Antes de salir de los Estados Unidos, mi amigo Dorant Brown, un pastor jamaiquino, me recomendó asistir a una iglesia. Así que, cuando llegamos y mencioné al pastor Brown, no sólo nos dieron la bienvenida, sino que a mí me pidieron que hablara brevemente y a nuestro equipo que cantara.
Si bien mencionar el nombre de Dorant fue crucial, en realidad no creo que ese amigo en común haya hecho que nos recibieran con tanta calidez. Me parece que fue nuestro mutuo Amigo y Salvador, Jesús, quien abrió el corazón de aquellos amigos jamaiquinos cuando los visitamos.
¿Has experimentado un vínculo especial con alguien que acabas de encontrar al decirle que tú también conoces al Señor? El Señor es un amigo que entregó Su vida por nosotros (Juan 15:13) y que convierte en hermanos a todos los que creen (1 Pedro 2:17).
Jesús. Nuestro Salvador. Nuestro Amigo en común. Él reúne corazones en todo el mundo bajo la bandera de Su amor.