De vez en cuando, me vienen pensamientos que hacen que me pregunte si alguien ha estado orando por mí. A veces, me despierto con una canción que parece no proceder de ningún lado. En otras ocasiones, tengo una percepción de la bondad o de la presencia de Dios que da la impresión de venir de más allá de mí.

Lo que me sorprende de esos momentos es que pueden producirme sentimientos encontrados. Una parte de mí está agradecida al pensar en la intercesión de otra persona. Otra parte puede ponerse nerviosa. Si alguien puede interferir en mis pensamientos más profundos apelando al cielo en mi favor, me pregunto hasta qué punto soy formado por las plegarias de otros.

La inquietud que refleja mi pregunta me recordó lo propensos que somos a perder de vista la interacción entre nuestras elecciones y las oraciones de otros por nosotros. La Biblia dice que:

Nuestra salud y nuestro crecimiento espiritual no dependen exclusivamente de nosotros. El apóstol Pablo lo afirmó cuando dijo a los seguidores de Cristo que oraba para que el Señor abriera los ojos de sus corazones a fin de que pudieran crecer en el conocimiento de Dios y ver cuánto los amaba (Efesios 3:14-21; Colosenses 1:9-11).

Pablo creía, como lo confirma el resto de las Escrituras, que nuestro crecimiento espiritual se produce con la ayuda de las oraciones de otros a nuestro favor, aunque seguimos siendo responsables de nuestras propias decisiones.

Nuestra salud y nuestro crecimiento espiritual dependen también de cómo actuamos cuando Dios responde las oraciones de otros por nosotros. Aunque el misterio de cómo Dios responde estas oraciones puede dejarnos con la pregunta sobre quién tiene el control de nuestras vidas, no necesitamos preocuparnos por eso. Aun si nuestra conciencia cambia como resultado de la intercesión de otros, nosotros seguimos siendo quienes elegimos ser.

¿Esto significa que tengo paz al pensar en la oración intercesora? Desearía poder decir que sí. Pero, si orar por otros es tan importante, no quiero pensar en todas las veces que les dije a otros que oraría por ellos y no lo hice. Y cuando oré insistentemente por aquellos que realmente me preocupan, sin ver resultados, me pregunto por qué siento que no puedo tocar el corazón de Dios.

Si nuestras oraciones por otros no parecen marcar la diferencia en sus vidas, ¿eso significa que estamos perdiendo el tiempo? Aquí es donde encuentro las respuestas.

De acuerdo con la Biblia, la intercesión es:

Una oportunidad para demostrar nuestra fe. Cuando no vemos que Dios responda nuestras oraciones por otros, estamos obligados a tomar una decisión importante: sentirnos decepcionados por Dios o usar la aparente falta de respuesta como prueba de nuestra confianza en quien nos insta a continuar orando por otros.

Dios considera que nuestra fe vale más que el oro (1 Pedro 1:7). Su decisión de no darnos inmediatamente todo lo que pedimos nos ofrece una oportunidad infinitamente importante de confiar en Él.

Una prioridad fruto del amor. Nuestra preocupación por otros a veces nos hace sentir muy desvalidos. Nos lamentamos de que lo único que podemos hacer es orar. Pero, al considerar la oración como último recurso, podemos estar menospreciando una de las formas más importantes de demostrar amor verdadero.

Si aceptamos la postura del Nuevo Testamento de que la oración es una forma de demostrar nuestro afecto (Colosenses 4:12-13), interceder unos por otros es una de las cosas más importantes que podemos hacer.

Un compromiso de nuestra interdependencia. Cuando oramos unos por otros, seguimos el ejemplo del apóstol Pablo. Les pidió a los lectores de sus cartas que oraran por él (Romanos 15:30-32), aun cuando le pedía al Padre del cielo que abriera los ojos espirituales de aquellos por quienes intercedía (Efesios 3:14-21).

Una disciplina de paciencia. Orar unos por otros sin resultados visibles puede desgastarnos y tentarnos a tirar la toalla. Cuando no vemos respuestas por parte de Dios, podemos llegar a creer que, si Él fuera a respondernos, ya lo habría hecho. Pero una de las dimensiones más importantes de la oración intercesora es la perseverancia. Cuando oramos con perseverancia para que Dios les dé a aquellos que nos preocupan la gracia para esperar en Él, compartimos esa paciencia que desarrolla la profundidad y la riqueza de corazón de las personas de fe (Romanos 5:3-4; Hebreos 11:1-2,13-16).

A través de la disciplina de la intercesión paciente nos ayudamos unos a otros a seguir confiando en Dios. Con paciencia devota, nos ponemos junto a innumerables personas que ya descubrieron que para los que esperan en el Señor, «por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría» (Salmo 30:5).

Una oportunidad para compartir la esperanza. Si probamos la bondad y la sabiduría de Dios, la intercesión puede ser una forma de ayudarnos unos a otros a elevar juntos las alas de nuestra esperanza.

Pocas cosas son más importantes que experimentar, en medio de los problemas y del paso del tiempo, la expectativa segura de que Dios nos demostrará que merece nuestra confianza.

Como esa esperanza es uno de los temas centrales de la Biblia, el apóstol Pablo pudo escribir: «Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza» (Romanos 15:4). Igualmente importante, el apóstol continuó escribiendo a fin de demostrar que el Dios al que oramos es la fuente de esa confianza. Expresó en forma de oración: «Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (15:13).

Padre celestial, por tu Palabra reconocemos que tu Hijo y tu Espíritu ya interceden por nosotros (Romanos 8:26; Hebreos 7:24-25). Ahora te pedimos tu ayuda para acompañarlos en la tarea que nos invitaste a hacer (1 Timoteo 2:1). Anima nuestros corazones de antemano con tu capacidad de ayudar a aquellos que están en nuestros pensamientos, mientras doblamos las rodillas unos por otros.