En el invierno, la carretera que rodea la ribera sur del lago Michigan puede ser traicionera. Un fin de semana, mientras regresábamos en automóvil desde Chicago a Grand Rapids, una acumulación de hielo y nieve hizo disminuir la velocidad del tránsito, provocó muchos accidentes y casi duplicó el tiempo de nuestro viaje de vuelta. Nos sentimos aliviados cuando salimos de la autopista para tomar el camino a casa. En ese momento, mi esposo exclamó a viva voz: «Gracias, Señor. Creo que ahora ya puedo seguir solo».

En cuanto terminó de decir esas palabras, el coche hizo un trompo de 180 grados. Cuando se detuvo, y con el corazón saliéndose de nuestro pecho, lo único que podíamos imaginarnos era a Dios diciendo: «¿Estás seguro?»

¿Por qué a veces tratamos de andar solos por la vida cuando podemos acudir a Dios todo el tiempo? Él dijo: «He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres» (Génesis 28:15). Y también nos asegura: «No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13:5).

El matemático, teólogo y predicador escocés Thomas Chalmers (1780–1847) escribió: «Cuando voy por el sendero, Él esta conmigo. Cuando estoy acompañado, aunque yo no lo recuerde para nada, Él nunca se olvida de mí. […] Vaya donde vaya, Él me cuida, me vigila y me protege».

¡Qué consuelo saber que Dios siempre está conmigo, que no necesitamos andar por la vida solos!